Los críticos han recibido con entusiasmo la esperada secuela del éxito de 2000 que ganó un Oscar. Sin embargo, Patrick Smith insiste en que están equivocados. La película es una mezcla apresurada de ideas a medio hacer, con actuaciones débiles y solo Denzel Washington (y un mono bien vestido) logran salir ilesos. ¿Qué estaba pensando Ridley Scott?

En junio pasado, Russell Crowe confesó en un podcast que se sentía “un poco incómodo” con la idea de una secuela de Gladiador en la que él no participaría. “Algunas cosas que he escuchado me hacen pensar: ‘No, no, eso no va con el viaje moral de ese personaje en particular'”, explicó.

Un legado complicado de mantener

Es comprensible su preocupación. Crowe brilló en la película original de Ridley Scott, interpretando al soldado que se convierte en esclavo y luego en el salvador de Roma. Su actuación encarnó traición, venganza y heroísmo en una historia épica con momentos memorables, como su famoso discurso en el Coliseo. Fue una obra maestra de entretenimiento.

Por desgracia, no se puede decir lo mismo de la secuela. A pesar de los años que tomó en producirse, Gladiador 2 parece apresurada, con un guion que repite fórmulas de la original y carece de frescura. Sorprendentemente, muchos críticos la han elogiado. The Guardian la calificó de “asombrosa”, mientras que The Daily Telegraph la llamó “implacablemente entretenida”. Pero para algunos espectadores, como Smith, la experiencia es decepcionante.

Un guion que traiciona el original

El guion de David Scarpa no honra el legado de la primera película. Su protagonista, Lucio (Paul Mescal), sobrino del perverso emperador Cómodo (Joaquín Phoenix) y nieto del idealista Marco Aurelio (Richard Harris), tiene un trasfondo que traiciona la historia de Máximo (Crowe). Se revela que Lucio es hijo ilegítimo de Máximo y Lucila (Connie Nielsen), algo que contradice los valores que definieron al personaje en la primera película.

La trama es un eco de la original. Así como Máximo buscaba venganza por su familia, Lucio quiere vengarse de Roma por haberlo exiliado, asesinado a su esposa y convertido en esclavo. Incluso las escenas clave parecen recicladas: un gran enfrentamiento inicial, seguido de combates en un anfiteatro y un clímax en el Coliseo. En una escena particularmente absurda, el Coliseo se inunda y unos tiburones generados por CGI se suman al espectáculo, recordando películas como Deep Blue Sea.

Actuaciones desaprovechadas y villanos caricaturescos

Paul Mescal, conocido por su talento, no logra brillar aquí. Su interpretación carece de la fuerza necesaria para frases como “Fuerza y honor”, que solo resonaban en la voz grave de Crowe. Mientras tanto, Derek Jacobi, quien dio profundidad a la primera película como el senador Graco, es relegado a un papel insignificante.

Los antagonistas, Geta y Caracalla (Joseph Quinn y Fred Hechinger), son villanos exagerados y poco convincentes. Sin embargo, Denzel Washington, interpretando a un ambicioso dueño de esclavos, destaca como la única verdadera joya del elenco, robando cada escena en la que aparece.

Un ritmo apresurado y falta de épica

Incluso Connie Nielsen comentó sobre la velocidad del rodaje: “Lo que antes tomaba tres horas de preparación, ahora se hace en 20 minutos”. Esta prisa se refleja en una película que carece de la grandeza y el cuidado que definieron a la original.

Donde Gladiador revitalizó un género casi olvidado, esta secuela parece un paso atrás. Ridley Scott, conocido por producir grandes obras, parece aquí más preocupado por cumplir plazos que por entregar una película digna de su legado.

Conclusión: un eco deslucido de un clásico

Cuando Gladiador se estrenó en 2000, redefinió el cine épico. Esta secuela, en cambio, parece más una parodia que un homenaje. Como decía Máximo: “Lo que hacemos en vida tiene eco en la eternidad”. Quizás Scott no esperaba que ese eco incluyera risas y decepción.

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